jueves, 5 de mayo de 2016

Sociedad arboricída

Estamos rodeados de noticias, vivimos inmersos en ellas, así que cada día, nos desayunamos con enormes cantidades, las más de las veces tan solo las oímos, pero otras, sea por la razón que fuere, las escuchamos con singular atención, especialmente si como es el caso de la que aquí comento, indignan e hieren profundamente por la impotencia que generan, la estupidez de su objeto y la cobardía de su acto.

Esta mañana me he desayunado con una de ellas. Entre la multitud que suelen inundarnos hoy destacaba una para mi, el asesinato, cruel y premeditado de un ser sagrado, un gran árbol, un roble majestuoso y centenario (más de 300 años le calculaban), el gran roble de La Solana, que como todos los árboles, cumplía la sagrada función de aportar riqueza a su entorno a cambio tan solo de la pieza más básica para convivir, de respeto. El arboricídio ha sucedido en la localidad extremeña de Barrado, provincia de Cáceres, en el muy conocido Valle del Jerte. Probablemente nunca sabremos que pecado cometió para el despreciable ser que ejecutó tan ignominioso crimen, como probablemente nunca podamos saber quien fue para poder ser castigado como se merece por la justicia. Sólo sabemos que quien lo hizo, a juzgar por la forma de realizar el acto, sabía muy bien que hacer y como hacerlo más efectivo, realizando diversos cortes en zonas vitales para posteriormente introducirle una sustancia tóxica que acabara con su vida. A juzgar por las pruebas de su delito y los resultados obtenidos, una ejecución técnicamente "impecable".



Conozco bien el mundo rural, me muevo asiduamente en él y como cualquiera que así haga también, sabe que en ese contexto, es imposible guardar un secreto mucho tiempo, el problema es demostrarlo. Cualquier sociedad que se considere civilizada debe mostrar un grado de intolerancia absoluta hacia quienes atenten contra el bienestar de los seres que la componen, pertenezcan éstos a la especie que sea, sobre todo, cuando ese atentado afecta de lleno al bien de la comunidad. Si esto sucediera así en este país, la identidad de tamaño miserable ya se sabría, nadie osaría dar cobijo con su silencio a quien actúa contra todos y sería denunciado. Pero por desgracia este no es el caso, como no lo es nunca o casi nunca en nuestra sociedad, donde tales crímenes contra la naturaleza suelen quedar impunes, bien por lo descrito, bien por algo más grave, la falta de interés cuando no de sensibilidad, de las autoridades competentes para llegar al fondo de la cuestión, indagando por supuesto en los motivos que han podido llevar a ello, algo fundamental para evitar en el futuro tan lamentables sucesos.

En el trasfondo pues, cabe preguntarse ¿que puede haber hecho llegar a tal extremo a un individuo, que es lo que ha fallado para que tal situación de haya dado?. Al margen de la falta de cordura que queda manifiesta en tal actuación, lo que está claro es que urge plantearse si detrás de los actos de agresión contra la naturaleza, sean del tipo que sean, no hay un vacío emocional que ha llevado a la sociedad a una cada vez mayor desconexión con su esencia natural, materializando todo ser viviente o el espacio natural que le envuelve, al dotarle de valor solo en función de su utilidad práctica o mercantil. Decía Buda que todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado, así que si queremos cambiar la sociedad que tenemos, hemos de empezar por cambiar nuestros pensamientos, hacernos conscientes de lo real que no es sino la vida y potenciar un marco emocional que sustituya el concepto del precio por el de aprecio, el del afecto por lo vivo.



El roble de La Solana ha muerto, de pie como mueren los seres dignos, el bosque al que pertenecía sigue aún ahí, velando su yermo y robusto cuerpo. Quizás como seres sabios que son, lleguen a perdonar la pérdida de tan venerable hermano y como en otros casos, nos sigan dando una oportunidad tras otra de no volver a equivocarnos. Sinceramente, no sé si seremos capaces de ello.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Casi un millar de silencios

A toda gente de bien le revuelve la muerte de un ser vivo, más aún si es un ser humano, cosa de especie supongo o de "especismo" más bien. Es sobre todo más intenso ese sentimiento, si esa muerte se produce como atroz consecuencia de ser culpable de luchar por un fin digno y en coherencia con unos principios basados en la libertad y el bien común. En todo el mundo se suceden acciones de esta índole, que generalmente quedan impunes, lo que añade sin duda un agravante de impotencia e indignación. Todos desgraciadamente oímos o conocemos casi a diario casos que se suceden en todo el mundo al respecto,

No obstante, la persecución de la que son objeto aquellos que luchan por el bien común de la conservación de su medio ambiente, es probablemente la información al respecto menos conocida, tal vez porque de serlo, con frecuencia no se relaciona con esta causa su asesinato, quizás por esa miope visión que separa el desarrollo, del derecho a un medio ambiente de calidad, cuando en realidad uno no se puede lograr sin el otro. Ambas son parte indisoluble de la coherencia racional de nuestra existencia.

El pasado 22 de diciembre se cumplieron 28 años de la muerte de Chico Mendes, quizás el más emblemático de todos los asesinados por esa causa (para  ampliar información ver http://www.ecologistasenaccion.org/article1158.html), probablemente por la repercusión que tuvo su lucha, pero que como veremos fue una victima más de la ambición desmedida y necedad del ser humano, cuya capacidad de autodestrucción solo rivaliza con su soberbia y prepotencia como especie.

El único pecado de Chico Mendes fue tener conciencia, dignidad y coraje para defender lo que sabía era la única verdad insoslayable, que si se maltrata la tierra que nos permite la vida, ésta a su vez también nos maltratara y nos hará desaparecer. Sindicalista y activista medioambiental, destacar en ello, le valió el premio Global 500 que otorga la ONU, pero también la muerte, asesinado un año después a manos de esbirros pagados por los terrateniente y madereros que destruyen la Amazonía que él tanto amaba. Ese fue el pago por pasar de humilde extractor de caucho a líder que despierta las conciencia de los olvidados.

Desgraciadamente, Chico, es uno más de la larga lista de asesinados que en todo el mundo ha costado la vida durante la última década a más de 900 activistas. Son héroes desconocidos, cuya lucha y las de sus comunidades es silenciada por los grandes medios de comunicación, financiados en muchos casos por los mismos grupos económicos que destruyen el medio ambiente que les es vital, que nos es vital para sobrevivir, y por el que ellos combaten.

Hasta finales de noviembre, según datos de la organización Global Witness, durante este año que acaba, también acabaron con la vida de 78 activistas pro derechos ambientales y ecosociales en todo el mundo. La gráfica de abajo muestra la evolución de esta masacre silenciosa y silenciada con frecuencia, que está sucediendo en países empobrecidos mientras nuestro opulento mundo rico, se debate entre que modelo de móvil o auto de última tecnología compra, sin siquiera imaginar que parte de los materiales que nos "ablandan" la vida ha costado la de otros a quienes se les expolia impunemente. Son estos activistas precisamente, los que con coraje, intentan frenar la barbarie demoledora que impone nuestro modelo irracional de sociedad a otras, que luchan únicamente por sobrevivir dignamente.



Como se puede observar, entre 2008 y finales de 2012, se produjo una brutal escalada de asesinatos coincidiendo no de forma casual, con un incremento registrado del precio de las materias primas en los mercados internacionales, materias primas que son extraídas en su mayor parte precisamente de las zonas donde se ubican estas poblaciones, muchas de ellas, indígenas indefensos, una y mil veces masacrados históricamente. Según Global Witness, de todos estos asesinatos,  tan solo el 1% de los ejecutores directos han sido condenados, lo que da idea del nivel de impunidad a la que se enfrentan las personas que se oponen a la destrucción de sus tierras y bienes vitales.

La mayor parte de esos territorios pertenecen a los también históricamente expoliados continentes africano y centro y sur americano. Tampoco es casual, la coincidencia entre expoliadores y expoliados, que provienen respectivamente de lugares del planeta con una alta y baja densidad poblacional y con un alto y bajo nivel de "desarrollo". Podríamos decir metafóricamente, que es la Ley de los Vasos Comunicantes del Expolio. Una sangría que nunca toca a su fin y que cada vez exige más y más recursos a los que legítimamente luchan por evitarlo.

Con todo lo comentado se puede entender que las principales causas por las que estos asesinatos son cometidos están relacionadas con la extracción de minerales, la tala de bosques para madera, la inundación de tierras o la pérdida de derechos sobre sus tierras a manos de terrateniente o corporaciones internacionales. Brasil encabeza esta terrible lista, con casi 450 victimas en la última década, seguida por otro país americano, Honduras con 109 y uno asiático, Filipinas con 67. Detras de todo ello está la perdida de bosques y biodiversidad, la contaminación de los recursos hídricos o la sobre explotación de tierras hasta su agotamiento y desertificación, entre muchos otras consecuencias.

El caucho, la soja que alimenta de forma barata la creciente ganadería industrial, el petroleo que de forma insaciable consumimos y que exigimos al menor coste, el aceite industrial de palma cuyo cultivo asola los últimos bosques tropicales, la carne barata producida a costa de la deforestación de las selvas americanas, etc, etc, etc , Todo ello está detrás, como detrás también estamos quienes con nuestra ignorancia o más bien, cómoda indiferencia, seguimos consumiendo y consumiendo con desafuero.

Somos pues cómplices callados y ocultos de esta injusticia global que sigue sucediéndose, y frente a la cual, se seguirán oponiendo esos héroes, los únicos verdaderos, a quienes ninguno de nosotros conocerá jamás, salvo por su nombre, el que aparecerá como esquela o noticia cuando sus cuerpos y almas ya no palpiten ante la ignominia,

Para todos ellos, al filo de este final de año, en su memoria y recuerdo, hoy y siempre, mi mayor admiración, gratitud y respeto.

martes, 1 de diciembre de 2015

El lobo está de moda (I)

Esa fue la contestación que recibí hace poco por parte de una persona como comentario a mi respuesta, cuando en contestación a la pregunta de donde había estado durante mis vacaciones, le dije que uno de los lugares fue Solana del Pino, como participante en las jornadas sobre el lobo ibérico en Sierra Madrona, "Emlobados 2015".

Me molesta sobremanera que algo tan importante para mi como es la conservación de la biodiversidad sea vista por algunas personas como sujeto a modas, especialmente como fue el caso si además se agrava por dedicarse profesionalmente al medio ambiente. Esta percepción refleja una vez más el tipo de sociedad en el que nos hallamos imbuidos, presa de vaivenes dirigidos por grupos de poder en función de hacia donde se quiera dirigir la atención. Si algo vende o puede resultar rentable que atraiga la atención de la sociedad, se visualiza hasta la saciedad para mantener la atención de ese objeto o fin y una vez cumplido el objetivo para el que fue creado, sacada la rentabilidad perseguida,  desaparece.

Esto también ocurre con las especies, sobre todo si resultan "rentables" para vender una imagen, en este caso el de la impoluta gestión y buen hacer de una administración politizada que pretende hacer ver a los ciudadanos que lo que de verdad le interesa es la conservación de la biodiversidad, ocurre sobre todo con especies "estrella"como el lince, el oso, etc., muy mediáticas y por tanto muy valoradas también por la opinión pública, algo que sabe bien la clase política, que abandona a su suerte a las que no lo son o no tanto por la sociedad, generalmente fruto más del desconocimiento que de su indiferencia.

No obstante, la preocupación por la conservación de especies tales si bien puede ser real, lo es sobre todo, si el objeto a proteger, hábitat o especie, no representa un elemento incomodo a defender, siendo la realidad bien distinta, si ello no es así. Quizás el paradigma de esta cuestión quien mejor lo representa sea el lobo, especie estigmatizada y maldita donde las haya. La desastrosa gestión de que es objeto esta especie en los territorios donde habita es fiel reflejo de ello. Pero no solo ocurre donde hay poblaciones más o menos "estables", sino allí donde paradójicamente más debieran hacerse esfuerzos para evitar su extinción, caso de Andalucía, donde de facto puede casi afirmarse técnicamente que ello ya ha sucedido, a juzgar por los escasos datos registrados de su presencia. Lo irritante es que se pretenda vender lo contrario y que si esto no es así, ni siquiera se halla declarado la especie como "en peligro de extinción".

Pero volviendo a lo expuesto inicialmente, ¿cual es entonces la visión de la sociedad profana en la materia? ¿cual es el rango de importancia que puede tener para ésta la conservación de las especies? y circunscribiéndome al tema que nos ocupa, ¿como se valora por la sociedad la necesidad de proteger una especie tan controvertida como el lobo?. Obviamente el asunto presentará claros matices dependiendo de una amplia escala de valores, cuya gradación será muy diferente en virtud del contexto territorial, socioeconómico y cultural al que pertenezca la persona o grupo social analizado.

Por esta razón, la realidad que debe llegar a la población debe estar argumentada en base a criterios reales. Cualquier noticia en relación a esta especie, debe ser tratada con suma cautela, máxime a sabiendas de la intencionada tergiversación que se hace de ello cuando hay intereses en juego. Sin embargo esa cautela, en la inmensa mayoría de los casos no se manifiesta, más bien sucede lo contrario y por desgracia se hace de manera exacerbada e injusta para tan valiosa especie.

Además, la diferencia de enfoque de esta problemática entre el mundo rural y el urbano crece cada día. Si bien, la menor cercanía a un contexto natural hace que ese enfoque por parte de la población urbana, frecuentemente esté teñido tal vez de un bucolísmo romántico, no es menos cierto que en el caso al menos del contexto andaluz, donde el lobo hace tiempo que dejo de cohabitar con el hombre en la mayor parte del territorio que ocupaba, se reproduzca una visión de conflictividad proyectada desde el pasado. Esta visón trasnochada, hoy día no tiene razón de ser habida cuenta de los conocimientos científicos que demuestran su indispensabe papel ecológico y los medios técnicos disponibles para mitigar cualquier efecto negativo que pueda derivarse de su presencia.

La cerrazón díscola en la que se empeñan colectivos tan contrapuestos como cazadores y ganaderos, no posee ninguna argumentación solida que pueda justificarla, como iremos desgranando en sucesivas entradas donde continuaremos comentado este tema, y donde veremos también, que el supuesto enemigo hacia donde dirigir ese esfuerzo de oposición, dista mucho de ser el lobo.

 

jueves, 14 de mayo de 2015

La Casta y la Caza

Reproduzco íntegramente el texto que a mi entender mejor refleja la relación entre la caza y el poder, lo hallé en un número del año pasado de la revista que edita Ecologistas en Acción, sinceramente creo que poco más y mejor se puede expresar en tan corto espacio. Estando como estamos, inmersos en un año multielectoral, merece la pena que nos paremos a pensar sobre ello, antes de elegir papeleta...

En los últimos años, hemos asistido con indignación a la reforma de la Ley de Parque Nacionales, entre otras cosas, para prolongar el periodo de caza en su interior. Se trata de aplicar a los espacios naturales que sobreviven, los mismos criterios que han arrasado el resto del territorio: la eliminación de cualquier traba social, ecológica o humana a la compulsiva obtención de beneficios y al disfrute privilegiado de quienes poseen fincas dentro de los mismos.

El argumento del gobierno es la necesidad de velar por la "seguridad jurídica" de los grandes propietarios privados. Detrás del genérico "titulares de derecho", se esconden, por ejemplo personas como Alberto Alcocer, Alberto Cortina o el naviero Alejandro Aznar, marido de Mónica Oriol, presidenta del Circulo de Empresarios.

Como bien sabemos por los medios de comunicación, la caza es una actividad bien valorada por la casta en este país a la hora de hacer ostentación de lo conseguido o lo sustraído. Si la leyes les impiden cazar, hacen lo mismo que cuando las leyes les impiden construir promociones inmobiliarias o infraestructuras: utilizan sus contactos y consiguen que las leyes cambien, los suelos se recalifiquen o las sentencias no se ejecuten. Así, se protege a los "titulares de derechos" y se les garantiza la "seguridad jurídica". Es el neocaciquismo del siglo XXI.

Pero quizás se entienda mejor para que sirve un Parque Nacional si sugerimos fijar la atención no en el Parque, sino en lo que hay alrededor de él, fuera de las vallas que lo delimitan. Se entenderá mejor lo que son los parques si se observa el territorio degradado que hay alrededor y que un día fue como lo que hay dentro del parque. Los Parques Nacionales son la memoria de la tierra. Son trozos de vida compleja resistiendo a un modelo cultural y económico que crece como un tumor devorando la tierra viva sin la que paradójicamente no se puede mantener.

Los Parques Nacionales son el testimonio vivo de la incapacidad de las sociedades autodenominadas desarrolladas para convivir y conservar la naturaleza de la que dependen. Recuerdan permanentemente que esta forma de entender la economía y la sociedad es suicida.

Cuando vemos la foto de Blesa, posando virilmente con el rifle en la mano y con la cebra, el ciervo o el hipopótamo a sus pies, cuando pensamos en Granados colocándose por encima las vísceras sangrientas del animal cazado, no podemos dejar de pensar en que esas imágenes son una buena metáfora del dominio de los nuevos caciques.



A sus pies de machos depredadores, no solo están la cebra o el ciervo muerto, están la familia que no puede pagar la factura de la luz, la mujer que no sabe como hacer para cuidar a su padre, trabajar empleada y hacerse cargo de sus nietos, el parado, los migrantes sin papeles, los trabajadores con salarios y aún así pobres, los jóvenes sin futuro que no pueden quedarse en su ciudad...A los pies del cacique cazador están todas esas personas que no son sujetos, ni titular de derecho, que no merecen seguridad jurídica, económica o alimentaria. No merecen ni la tierra que pisan esté viva. A los pies de los señoritos, lo que aparece es el conjunto de la vida abatida, humillada, sometida, muerta.

Delibes narra en los Santos Inocentes la explosión de la dignidad y la rebeldía de Azarías, cuando el señorito abate a su milana bonita, símbolo de la libertad y de la vida no humillada. Ojalá que ver la vida abatida a los pies de esos indignos ejemplares de nuestra especie haga brotar a chorros la dignidad, la rebeldía y la confianza en construir un mundo que no pise efímeramente sobre lo muerto.

Editorial Revista Ecologísta nº 83

lunes, 16 de marzo de 2015

El requiem de Alaska

Hace pocos días, los naturalistas sean cuales sean nuestros orígenes y formación recordamos que 35 años atrás, de manera repentina, quedamos huérfanos de la palabra, el gesto y la pasión de ese gran mentor nuestro que fue Félix Rodríguez de la Fuente. El gélido aire de las altas latitudes norteñas nos robó su aliento la mañana de un 14 de marzo, allá por 1980. Fue como el último empujón que un animal salvaje le da a su vástago para que inicie su andadura en el aventurado mundo que le tocará vivir, sin la protección que hasta entonces le ha brindado, sin más calor que el que genere su cuerpo, sin más cobijo en ocasiones que su propia piel, pero también sin límites al horizonte que quiera trazar.

La aparición de Félix en nuestro mapa mental de incipientes naturalistas, aprendices del vivir existente y salvaje, que descubríamos más allá de nuestros cómodos hogares, supuso un aldabonazo en nuestras latentes conciencias. Referente indiscutible para una generación hoy veterana, fue sin lugar a dudas el "padre" emocional de toda una legión de naturalistas, cuya vocación posiblemente no habría encontrado un terreno tan fértil para su desarrollo si él no hubiera existido. La España en la que germinó su inquieta mente, era por aquel entonces un insensible erial para todo lo que supusiera un freno al sacrosanto desarrollo económico, poner en valor todo aquello que precisamente se deseaba dejara atrás por no decir erradicar como símbolo de retraso socioeconómico, podía tildarse como poco de majadería.

Sin embargo, frente a todo pronóstico para una persona de bien, como se solía calificar a aquellos que habían tenido la suerte de nacer en cómoda cuna, Félix se lanzo a su personal cruzada naturalista para demostrar que precisamente en conservar aquello en lo que se ponía tanto empeño en destruir, radicaba el futuro de la sociedad, sea a la escala que fuere esta situación. Y el tiempo le ha dado la razón.

Para una persona nacida en la profunda y oscura Castilla de entonces, el reto que se le planteaba suponía una proeza de dimensiones casi imposibles. A ello se lanzó, sabiendo que de jugar bien sus cartas y de sus arrojo personal iba a depender su éxito. El resto de la historia, sus logros y hazañas hasta conseguir alcanzar lo que siempre deseo, para algunos roza casi la leyenda, para otros, como suele ocurrir en este país tan amigo del desprestigio de lo brillante, tan solo es el fruto del oportunismo de un momento que supo aprovechar. Curioso esto último, pues muchos de aquellos que así lo han calificado incluso hasta hoy día, no han sido capaces de emularle en la mayoría de sus logros, a pesar de contar con mejores medios y a pesar de que paradójicamente, su desaparición les dejo allanado el camino.

Más allá del mito o la leyenda, me quedo con lo que supo transmitir a todos lo que hoy día nos consideramos herederos de ese espíritu integrador y holístico, la fuerza y lealtad que siempre demostró a la hora de proteger lo que más amó, la naturaleza, que no es otra cosa que nosotros mismos. Los miles de personas que siguen luchando cada día por conservarla son testigos de ello.
Buen trabajo, querido amigo. Descansa en paz.


martes, 20 de enero de 2015

Naturaleza racional

Desde hace algún tiempo, el medio natural se está convirtiendo en el soporte físico de una gran variedad de actividades al aíre libre qué, si son respetuosas con él no tengo nada que objetar. El problema viene como ya está ocurriendo con cada vez mayor frecuencia, en el reclamo que supone para estas actividades el que se desarrollen en parajes de gran belleza. Lógicamente pocos son los que pueden resistirse a ese disfrute, sea como participantes o como meros espectadores, la naturaleza gusta a la gran mayoría de la gente. Pero, ¿que ocurre cuando sumamos el impacto de la actividad per se, a la masificación que a ésta suele acompañar, ubicada en un espacio frágil?. La respuesta no es difícil de imaginar desde luego en la mayoría de los casos.

La popularidad de estas actividades no puede imponerse a la conservación, por varias motivos sería una sin razón que esto sucediera. La principal es que si ello supone, como así sucede, un perjuicio para las especies o el hábitat en sí, el fin básico para el que se crearon estos espacios protegidos estaría mas que en entredicho. Y esto es lo que está empezando a suceder. Preservar estos espacios debe ser prioritario tanto por el coste que supone para el erario público su mantenimiento, como por el enorme beneficio que aporta a la sociedad en su conjunto, ya que son proveedores de bienes y servicios vitales para nuestra calidad de vida como el agua o el aíre limpio, entre otros muchos, por no decir el del necesario sosiego mental que todos necesitamos.

Ademas, permitir que esto siga sucediendo tiene el riesgo del efecto llamada que lleva aparejado, algo que está ya sucediendo. Hay multitud de ejemplos de todo ello por toda la geografía peninsular, pero me voy a referir a un par de ejemplos suficientemente ilustrativos. Desde hace varios años, en pleno Parque Natural de Somiedo (Asturias), enclave del amenazado oso pardo entre otras especies sensibles, se celebra una carrera de montaña que congrega a miles de asistentes. Es indudable que el impacto que supone para el entorno y las especies que en él habitan es más que alto, no hay si no imaginar a esas miles de personas accediendo por pistas y caminos en vehículos, con su cohorte de ruido y residuos, que aún presuponiendo el mayor esfuerzo que la organización y cada asistente hiciera en su reducción, por fuerza es contundente. A esto se añade la vulnerabilidad a la erosión de estos enclaves y la época, previa y vital para afrontar la hibernación del oso,




Es un ejemplo entre muchos, en algunos casos además, con nocturnidad...


, y probablemente no uno de los de mayor impacto, sobre todo si lo comparamos con el que se va a producir si no se consigue evitar, el último fin de semana de este mes en el santuario del lince ibérico, en pleno corazón del Parque Natural Sierra de Andújar. ¿Alguien puede imaginar el estruendo de cientos, tal vez miles de motocicletas, como esperan sus organizadores, en un lugar tan sensible para una especie al borde de la extinción? ¿alguien puede entender que esto suceda y afecte a una especie a la que la Unión Europea destina millones de euros para su conservación a través de sendos programas Life? ¿sería concebible en un país calificable en el amplio sentido, como desarrollado?. Me costaría creer que tamaño despropósito, pudiera entenderse y menos tolerarse en otra sociedad más evolucionada socialmente. Pero mucho me temo que se celebrará el evento, a menos que la cordura impere frente a la estulticia.


La carretera de acceso al Santuario tiene una limitación de velocidad a 40 km/h para evitar atropellos de linces, algo que pocos vehículos respetan como se aprecia cuando se transita por ella, Sería más que ingenuo pensar que los conductores de estas motocicletas vayan a hacerlo, de eso no me cabe la menor duda. Menos mal que el ensordecedor estrépito de tantos motores al unísono aterrorizará tanto a la fauna que difícilmente esto podría ocurrir, aunque no es imposible, pues en fechas de la romería ya se han producido atropellos de lince.

A pesar de todo, quizás lo que peor pueda suponer, es el mal ejemplo que representa para una sociedad hacia la que se hacen continuos esfuerzos para sensibilizarla en materia de medio ambiente, por parte de ONG y Administración, a través de programas y subvenciones. Las Administraciones deben dejar de emitir ese mensaje contradictorio, alejarse de la cobardía política que le impone tomar medidas que a priori puedan resultar impopulares, pero que van encaminadas al bien común y al buen vivir de la mayoría social. De lo contrario, como así está sucediendo con actuaciones permisivas de este tipo, son cómplices de los resultados producidos. La democracia traducida en una buena gobernanza, no puede ser entendida a través del miedo que representa la perdida de un puñado de votos.

Hay que reflexionar seria y profundamente sobre cual es el mensaje que se le está trasladando a la ciudadanía. Si queremos convertir estos escasos y valiosos enclaves en un parque temático, degradándolos con continuas actividades que impacten el medio natural, donde los "derechos" de unos poco se impongan a los de una mayoría (y ya hablaremos de la caza en otra entrada), adelante. Pero si lo que queremos es una sociedad más ética y educada en valores como el respeto por el entorno natural y los seres vivos que de ello dependen para sobrevivir, informada de la importancia que para nuestro bienestar supone el mantenimiento de los servicios ambientales que nos ofrece su correcta conservación, si continuamos así, si seguimos permitiendo estas actividades en lugares sensibles, elegiremos el camino equivocado.

Quede bien claro que no me estoy oponiendo a la práctica de estas actividades, simplemente existen multitud de espacios con menor valor ambiental, donde podrían celebrarse igualmente sin causar ese impacto. Si los comparamos con la totalidad del territorio que nuestra sociedad ha transformado o destruido, donde pocas especies salvajes pueden subsistir, hemos relegado la naturaleza salvaje a unos cuantos pequeños enclaves. Seamos racionales, deberíamos permitir que esos reductos naturales como mínimo sigan siendo esas "islas" donde refugiarnos al igual que sus moradores salvajes, de la voracidad ruidosa de nuestro modelo urbano, de esa vorágine diaria de la que necesitamos escapar en busca del sosiego que nos permita encontrar respuestas. Seamos racionales, en el fondo todos lo necesitamos, a todos nos gustaría que así fuera.