domingo, 15 de enero de 2012

Ese año internacional de los bosques

Después de un dilatado periodo de ausencia del blog, quiero volver a retomarlo haciendo honor al recién finalizado 2011 a través de este comentario, ya que fue el año internacional de los bosques, encajado en el que se ha dado en llamar por Naciones Unidas, Decenio de la Biodiversidad 2011-2020. 
Para empezar, a mi esto de darle nombre a los años para hacer visible situaciones o problemáticas que son importantes que sean reconocidas por la sociedad, de entrada no me parece mal. Eso sí, siempre y cuando no se quede en pura tramoya de cara a una opinión pública cada vez más cansada o insensibilizada, por el continuo bombardeo mediático de iniciativas políticas internacionales y declaraciones de buenas intenciones que, en su inmensa mayoría sólo sirven para justificar congresos, foros, cumbres, etc, donde poco se avanza en la práctica y mucho se gasta en “embalaje”.  Así, en ocasiones uno puede llegar a preguntarse a la luz de los datos, la información al respecto y los resultados obtenidos en éstas, pero... ¿ hay algo que celebrar?.
Si tomamos como referente las conclusiones de la Conferencia que sobre el clima se celebro en 2010 en Durban, uno de los aspectos más importantes para luchar contra este fenómeno es frenar la deforestación, especialmente la de las grandes selvas del planeta, pues bien los avances en este tema han sido muy limitados, y ello teniendo en cuenta que la deforestación de las selvas representa alrededor del 17% de las emisiones de gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento global de la Tierra, más que la suma de lo que emite todo el transporte del planeta. Y que todos los análisis dicen que necesitamos reducir muy pronto las emisiones por deforestación para limitar el calentamiento global a 2ºC, como mucho.
Pero hay más, además de los infinitos servicios que los bosques nos prestan y sin los cuales mejor no imaginar que tipo (si la hubiera), de vida nos esperaría, son los mejores captores de agua, creadores y fijadores de la fértil tierra que nos sustenta, atemperadores de los rigores meteorológicos, proveedores de materias primas tan fundamentales como la madera, sobre la que se cimentaron todas las grandes civilizaciones, etc, etc, además, los bosques son refugio y hogar de cerca del 70% de las especies de animales y plantas que viven en este planeta. Esta “gente”, como los llamaría el entrañable personaje de la novela Dersu Uzala (llevada al cine magistralmente por el genial Akira kurosawa), tiene como no, derechos adquiridos vitales. Si a ello además sumamos las poblaciones humanas dependientes de su existencia, la obligación para su prioritaria conservación nos debería abrumar.
Sólo el dato de que en los 1,6 millones de hectáreas de la selva amazónica ecuatoriana conviven 100 mil individuos de diferentes etnias indígenas, es apenas el ápice de la importancia vital que para muchos pueblos de la tierra supone la pervivencia de sus bosques, pues alrededor de 350 millones de personas dependen directamente de los bosques para su supervivencia. Bosques, que nuestro opulento e insaciable mundo “civilizado” no cesa de expoliar y destruir. Deberíamos pararnos a pensar que nos pasaría por nuestra sangre si alguien entrara en nuestra casa, se adueñara de ella y comenzara a llevarse todos nuestros bienes antes o después de echarnos de ella. ¿Os lo imagináis?, sin casa, sin refugio, comida o agua para subsistir, destruidos los referentes culturales,  envenenados, asesinados, perseguidos, condenados al alcoholismo, la prostitución, las enfermedades, etc, así intentan sobrevivir a nuestro asedio los últimos pueblos indígenas de la Tierra, seres humanos tanto o más diría yo que nosotros, a juzgar por nuestro comportamiento.
Otro dato, el comercio mundial de productos forestales se ha multiplicado por cuatro en los últimos cuarenta años. Y sigue creciendo imparable. Otro más, en la década de los 90, siete países: Indonesia, Malasia, Birmania, Nepal, Pakistán, Filipinas y Sri Lanka, perdieron más del 10% de su superficie forestal, todos países con importantes recursos y superficies de selvas vírgenes. ¿Y África?, nadie parece acordarse como siempre de ella salvo cuando vemos los documentales de la 2. Un ejemplo, la cuenca del Congo, en el África occidental, se está secando. La segunda mayor selva del mundo, tras la amazónica, está sufriendo el acoso de la agricultura y, con la tala de árboles, las lluvias escasean cada vez más. Los últimos datos de medición parecen indicar que las precipitaciones se reducen hasta un 50% en las zonas cercanas a los campos de cultivo (Geophysical Research Letters). Hace un par de años, viajando por Ruanda, donde la pobreza y la enorme densidad demográfica ha obligado a cultivar casi todo su territorio, pude constatar con tristeza como los mayores simios del planeta se encuentran amenazados por la necesidad de cada vez mayor espacio de una población que no puede entender como sus hijos carecen de toda esperanza para un mejor futuro, mientras se les impide sacar los recursos del bosque que tienen al lado. Ambos primates, gorilas y seres humanos no pueden entenderlo, pero la conexión está clara. Nosotros sí y es nuestra responsabilidad ayudarlos.
De sobras sabemos lo que tenemos que hacer, consumir menos y mejor, como todo, ser conscientes de lo que hacemos y sobre todo si de verdad lo necesitamos y no hay otra opción a ello. Un ejemplo, demandemos los productos fabricados con certificación de sostenibilidad, como los que contempla el sello SFC que asegura el origen de la madera obtenida en bosques gestionados sosteniblemente. Pero ojo, como dicen los amigos de la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono (ARBA), un bosque no es un cultivo, no justifiquemos su sustitución por un monocultivo de miles de árboles idénticos en edad, aspecto y tamaño por muy certificada que pueda llegar a estar su producción.
Para finalizar otro dato, en los últimos 50 años se ha perdido casi la mitad de la cubierta forestal original del mundo, unos 3.000 millones de hectáreas, da miedo ¿no?. Pero también hay mucha gente remangada, azada en mano plantando bosques, solos o dentro de iniciativas que se hallan por todos lados. Yo pongo mi granito cada año. Si cada ciudadano de este país plantara un árbol al año, uno solo ¡47 millones de árboles al año!, 470 millones de árboles y arbustos en diez años..., ¿imagináis el cambio de paisaje y clima?, yo sí, ¿te animas?.
Dependemos de los bosques y sus recursos mucho más de lo que imaginamos. Es posible hacer uso de ellos de forma racional, sostenible, cuantitativamente pero también cualitativamente. Uno y otro término han de definir su uso para desembocar en lo que llamamos sostenibilidad, que no es más que una evaluación de lo que es posible obtener sin dañar lo que ya existe, dejando recuperar el aliento a la sagrada Madre tierra, a su mejor hijo y a nuestro protector padre, el bosque.