lunes, 29 de diciembre de 2014

Seguiremos creyendo

Una vez más, otro más, llega el final de eso que nos han dado en definir como un año. Ese periodo de tiempo en el que nos empeñamos que encajen todos los deseos e ilusiones que, vuelto a empezar en poco, renovaremos como un encantamiento, esperando que ésta vez sí, se cumpla todo aquello anhelado, todo aquello que el que nos deja, se negó a entregarnos.

Pero el año tiene ya prisa. Ahora, decrepito y sin espacio para poco más que un suspiro, quiere entregar el relevo al  2015, gestado en nuestros sueños de esperanza. Nosotros queremos creer que esta vez sí se cumplirán, y nos lo diremos callados hacia dentro. Yo quiero, pero...¿ por donde empiezo?, ésta es mi sencilla carta:

Quiero creer que este 2015, no nos volverán a encoger el corazón a todos los que amamos la Naturaleza con más matanzas de lobos (ellos o nosotros, gritan algunos) y por fin es declarada especie protegida en todo el territorio nacional como ya lo es en la hermana Portugal.

 Quiero creer que cesaran atropellos, envenenamientos, cepos, y que más...,  que suceden ante la desidia de quienes dicen velar por la conservación de especies tan amenazadas como "nuestro" lince ibérico, lanzando pelotas a tejados ajenos para eludir su patente responsabilidad, a pesar de ser sufragada con dinero público.

Quiero creer que por fin la sociedad materialista, ésta a la que todos contribuimos a mantener, ha oído el grito que nuestra común madre ha lanzado, advirtiéndonos que se está cansando de ser amable, que a su acogedor clima, el que nos da la vida, se le está acabando el aliento.

Quiero creer que seremos benévolos con aquellos pueblos indígenas que aún saborean la verdadera libertad, esos que escondidos de nuestra voracidad acumuladora de bienes materiales, nos dan lecciones de ser, frente a la tristeza de sólo tener. Esos pueblos que de felices, aún creemos salvajes y que no nos atreveríamos a mirar a los ojos, para no descubrir la necedad tan obvia en la que subsistimos. Esos a los que nadie puede enseñar lo que ya saben, conservar, proteger, cuidar.

Quiero creer que algún día mis ojos dejarán de estar heridos por las cicatrices que mutilan los paisajes, causados por infraestructuras desmesuradas, interesadas, que enjaulan la vida salvaje, profanan montañas, sepultan bosques...

Quiero creer que habrá otros que puedan tener la suerte, que he tenido viajando por este precioso y preciado planeta, porque aún existan, de respirar lugares lejanos, agrestes, inhóspitos, verdaderos.

Quiero creer que no cambiaremos más petroleo por sangre, ni la de nuestra especie ni la de ninguna, que quedarán como restos de la pesadilla, lo que hoy nos tiñen de oportunidades, como el fracking o las explotaciones costeras, que sus intereses privados no podrán con los públicos de las renovables, con el aire limpio, con la vida libre, con la clara agua.

Quiero creer que a pesar del miedo mamado templadamente, seremos capaces de ser valientes y levantarnos para luchar por el derecho a la vida con mayúsculas, la nuestra y la de todos los seres que aún comparten este maravilloso planeta.

Quiero creer que para todo eso, se unirán más y más gente cada día, que no nos faltarán las fuerzas, que seguiremos adelante eludiendo el desaliento otro año más.

Quiero creer que no volverán a dormirnos, no porque carezcamos de sueño..., ¡sino porque estaremos atentos!



Feliz 2015.
       

lunes, 14 de julio de 2014

Se nos apaga el campo...

Viene pasando, silenciosamente el campo se va yendo, esta ahí pero su alegría, se apaga. Recuerdo cuando era niño, o quizás no hace tanto, tal vez hace menos de 20 años, no sé el tiempo pasa tan rápido... salia al campo, no hacia falta que fuera lejos, y no estabas solo, miles de seres te hacían compañía con un sinfín de sonidos en un acorde armónico.El invierno se hacía el sordo y casi siempre era el ulular del viento, que acuchillaba el frío entre las ramas de los árboles o sobre la tierra calma, el único compañero en los cortos días para caminar. Pero esperabas porque sabías que, en primavera la danza del viento te embelesaría con miles de trinos emanados de un ejercito de minúsculas gargantas que hacían deleitar a las almas más nobles o serenar inquietudes calladas.

A veces, en el crepitar seco del verano sureño, el dominio del aire pertenecía al chirrido de grillos, saltamontes, cigarras, etc, mezclado con la monocorde llamada del triguero o la abubilla, mientras con un silbido fugaz pasaban la golondrinas. Cuando para saciar la sed te acercabas a un manantial o fuente que la sabiduría milenaria de la gente de campo descubría y sabía mantener, el espejo del agua se rompía con los saltos de las ranas o la repentina inmersión de algún tritón. Luego llegaba el otoño, que generoso abre su vientre para entregar el sueño esperado del agua, nuestra segunda primavera, regalo esperado para los que tenemos la suerte de vivir en estas latitudes. Un regalo quizás como pago por el voraz estiaje, implacable justiciero, hermanastro de gélido aliento que sufren en lejanos nortes. Y vuelta a empezar...

Pero desde hace algún tiempo, algo esta pasando. Cualquiera que recorra su antaño "área de campeo" como acabo de describir, sabe que ahora está más solo. Una soledad que muestra el vaciado de biodiversidad que se está produciendo silenciosamente, que estamos produciendo. Para algunos, desconectados vía auriculares, "pantalladictos" que sólo usan el medio natural como soporte físico de sus actividades de ocio, todo ello pasa desapercibido. Para otros, los que cada semana nos sumergimos en la naturaleza, a los que nos faltan ojos y tiempo para seguir desentrañando sus misterios empapándonos del entorno, es una evidencia. Y no hay que ir muy lejos para ser testigo.

Volviendo a lo comentado en las primeras líneas, recuerdo las hileras de golondrinas o aviones, posados en los cables de teléfono o de electricidad que surcaban las calles, sus apegotonados nidos bajo las cornisas de casas y otros edificios de nuestros pueblos. Esta sencilla imagen es cada día más escasa, salvo contadas excepciones. Las golondrinas se nos van yendo, y no precisamente a sus cuarteles de invernada, simplemente están desapareciendo ante nuestros ojos. En ocasiones, simplemente nos molestan sus nidos, así que los eliminamos de las fachadas, en aras de una estéril "estética". Los datos indican un descenso entre 1990 y 2011 del 35% en toda Europa, ahí es nada.

Lo mismo está sucediendo con otras entrañables aves, como esos simpáticos vigías campestres que son los mochuelos, un 40% menos según estimaciones.



Incluso los sempiternos gorriones, tan ligados a la presencia humana desde tiempo inabarcable, compañeros de viaje durante muchas generaciones tanto en el medio rural como en las áreas periurbanas de las ciudades. Hay ciudades europeas donde ya no se les ve, quizá vayamos camino de ello aquí también.



Otro tanto puede observarse con otros grupos faunisticos como reptiles o anfibios. Recuerdo que hasta no hace demasiado tiempo, cualquier solar o muro era territorio compartido por una multitud de lagartijas. Sus fugaces correrías eran fuente de divertimento para la incansable curiosidad infantil, antes claro está, de que esta inquietud fuera sustituida y redirigida intencionadamente hacia artefactos tecnológicos más "útiles" y prácticos para su futuro "adiestramiento". Ahora resulta hasta difícil verlas, incluso en los campos más apartados del contacto humano directo. Si nos acercamos a aljibes, fuentes o albercas, que con sus vitales funciones son base de huertos y afines,  pocas ya cuentan con la simpática presencia de  esos minúsculos dragones acuáticos que son los tritones. He comprobado como durante años han ido declinando sus poblaciones en territorios donde eran abundantes, incluso hasta llegar a su total desaparición. Tampoco ha de "temer" casi nadie, el cruce casual de una culebra cuando se transita por los caminos.

Detrás de todo como siempre, esta el cambio climático, la destrucción o alteración de sus hábitats o la transformación del medio rural hacia modelos cada vez más productivistas e intensivos, donde sencillamente no hay sitio para ellos ni para el mundo rural que les cobijó. Simplemente, ya no les dejamos vivir a nuestro lado. Esto nos debería llevar a reflexionar que su pérdida no solo refleja también la de un valioso patrimonio natural y por añadidura cultural, además nos muestra como un espejo, la falta de compasión que los seres humanos estamos demostrando incluso con aquellos otros seres, cuya humilde presencia nos han beneficiado de una forma u otra a lo largo de la historia.

sábado, 18 de enero de 2014

La importancia de ir de (eco)etiquetas

Los seres humanos tenemos la necesidad de etiquetar todo lo que nos rodea para poder encajarlo dentro de nuestro universo personal. Conocer el orden de referencia que tiene cada cosa nos es fundamental para saber de donde procede y que relación puede guardar con nosotros o viceversa. Nos gusta identificarnos con marcas y logos que representan ideas, estéticas o simplemente modas. En definitiva, etiquetas al fin y al cabo. Por esta razón, me resulta cuando menos curioso que para los que albergamos el sentido de algo que identifique nuestra actitud positiva ante la vida o la naturaleza, que es lo mismo, sea tan desconocido para la mayoría de nosotros. Con frecuencia nos sorprendamos cuando descubrimos que el solo gesto de identificar a través de una etiqueta el producto que tenemos delante puede marcar y mucho, la diferencia en nuestro impacto en el medio natural. Me estoy refiriendo a la etiqueta de ecológico o sostenible.

Hace ya bastantes años, cuando tuve que comprar algunos muebles para casa, comprobé cuan difícil es encontrar éstos si buscas que la madera con la que están fabricados se halle certificada en origen con alguno de las etiquetas que lo refrendan en el mercado. Tuve que recorrer muchas tiendas para encontrar tan solo una de casi medio centenar en más de una ciudad, donde sí habían oído hablar de este tema. No obstante, su propietaria me confeso que era la primera vez que alguien le había pedido algo similar. Así pues, y con no poca sorpresa ante mi petición, accedió a buscarme alguna referencia en catálogos internacionales. He de reconocer que los precios casi me disuaden de ello, pero afortunadamente, el criterio ético prevaleció frente al económico a pesar de que por aquel entonces no era muy bollante,  y hoy miro con satisfacción mi pequeña contribución a la sostenibilidad del planeta, sobre la cual escribo ahora estas líneas.

Desde entonces, hace ya casi diez años, he comprobado con satisfacción como tímidamente la percepción de los fundamentos sostenibles para producir bienes o alimentos ha crecido, si bien continua siendo privativa esta percepción de unos pocos, algunos más que entonces, que nos preguntamos como contribuir a través de nuestro consumo a la mejora de la calidad ambiental. Si bien es cierto que corren tiempos para mirar no con lupa sino hasta con miscroscópio los gastos para la gran mayoría, no lo es menos que a veces preferimos gastar lo que nos ahorramos en esa diferencia en otros artículos, que generalmente no necesitamos de verdad, y de eso se encarga la publicidad.

Entre estas "etiquetas" hay algunos ejemplos bien conocidos ya de todo ello, entre los que quizás sean los certificados FSC y MSC por un lado y UTZ por otro, los que más me gustarían comentar por su más directa incidencia sobre los entornos donde se hallan sus actividades.

El FSC identifica al Consejo de Administración Forestal (Forest Stewardship Council) que es una ONG de acreditación y certificación fundada en 1993 por varias organizaciones, entes gubernamentales, comerciales y ambientales tales como el Fondo Mundial para la Conservación de la Naturaleza, más conocido por sus siglas internacionales, WWF.                   

La finalidad de esta etiqueta es asegurar que los productos provenientes de los bosques han tenido una adecuada gestión forestal, a las que le imprimen el logo de certificación una vez inspeccionados todos los elementos que han formado parte de su proceso de producción, es decir, una vez realizado el seguimiento a los productos, desde el bosque a su puesta en venta. Cualquier producto hecho con maderas procedentes de estos bosques debe haber pasado estos controles para poder lucir la etiqueta. Por utilizar el ejemplo que comentaba anteriormente, desde el bosque hasta el mueble todo debe tener la misma garantía.

La otra etiqueta que comentaba es muy similar, aunque el destino final sea tan diferente como la alimentación (salvo que se sea una termita claro está). Se trata de la certificación MSC (Marine Stewardship Council), que certifica que el producto que compramos proviene de pesquerías sostenibles. Fundada seis años después, también con la implicación directa de WWF con el objetivo de encontrar una solución al problema de la sobreexplotación de los recursos pesqueros. Actualmente está compuesta por diversas organizaciones en todo el mundo, tanto sin ánimo de lucro como privadas que tiene ese como su principal objetivo. La certificación sigue los consejos de la FAO, que requiere que las evaluaciones sean llevadas a cabo por certificadores independientes y por terceras partes. Se trata de un programa al que se adhieren voluntariamente las empresas de productos pesqueros, en el que se busca la sostenibilidad de las pesquerías, para obtener esta certificación a través de los estándares que propugna MSC. Se cumplen así los requerimientos más elevados a nivel mundial en cuanto a certificación y ecoetiquetado.

  
A modo de reflexión en este apartado quiero hacer las observaciones siguientes: somos el quinto país del mundo en consumo de pescado, según la FAO más del 32% de las poblaciones especies marinas están sobreexplotadas (no hablemos de nuestro querido Mare Nostrum) y que el pescado representa entorno al 15% de las proteínas animales para más del 4.300 millones de seres humanos. Aunque me gustaría, no voy a comentar sin embargo el impacto que las políticas pesqueras de los países "desarrollados" tienen sobre las economías locales de los que han empobrecidos durante décadas. Ese sera tema para otra entrada.

Como no hay dos sin tres, y no pensaba sino mostrar algunos ejemplos de estas buenas prácticas de producción para nosotros los consumidores, he dejado para el final el certificado UTZ, que se organiza a través de un programa de sostenibilidad para el cacao, el café y el te. Mediante la garantía que representa esta etiqueta, los agricultores pueden mejorar su productividad con calidad y eficiencia, cuidando a las personas y el medio ambiente. Esto les permite producir volúmenes mayores a un precio menor, lo cual incrementa la calidad de vida de las comunidades agrícolas y contribuye a preservar sus recursos naturales.

 
El sistema para obtener la certificación es muy similar a los dos anteriores, realizándose seguimientos de toda la cadena de producción basado en la aplicación de su Código de Conducta, conjunto de criterios reconocidos a nivel internacional para producir de manera responsable estos productos, desde el punto de vista social, económico y medioambiental, es decir sostenible.

Como he intentado reflejar en esta entrada, deberíamos preguntarnos más a menudo de donde proceden los artículos que consumimos y que coste social y ambiental tiene su producción y manejo. He hablado tan solo de tres, una pequeña muestra de los que existen y a los que afortunadamente, aunque muy lentamente, se van sumando otros. 

Para finalizar podríamos plantearnos lo siguiente, que una vez tengamos la mesa hecha con madera ecocertificada, nos sentemos a degustar un agradable plato de pescado o marisco capturado mediante técnicas que garanticen su continuidad como recurso para todos, para finalmente acabar saboreando un buen postre de chocolate, acompañado por el excelente aroma del café o te que ha sido cultivado, recolectado y comercializado de forma sostenible. Todo pensando en nuestra aportación al bienestar del planeta y sus moradores, todo pensado para el mejor presente y futuro de todos.

Entonces, ¿merece o no la pena darle la vuelta y mirar la etiqueta?. Votemos otro mundo con nuestro consumo, vota con tu compra.