lunes, 14 de julio de 2014

Se nos apaga el campo...

Viene pasando, silenciosamente el campo se va yendo, esta ahí pero su alegría, se apaga. Recuerdo cuando era niño, o quizás no hace tanto, tal vez hace menos de 20 años, no sé el tiempo pasa tan rápido... salia al campo, no hacia falta que fuera lejos, y no estabas solo, miles de seres te hacían compañía con un sinfín de sonidos en un acorde armónico.El invierno se hacía el sordo y casi siempre era el ulular del viento, que acuchillaba el frío entre las ramas de los árboles o sobre la tierra calma, el único compañero en los cortos días para caminar. Pero esperabas porque sabías que, en primavera la danza del viento te embelesaría con miles de trinos emanados de un ejercito de minúsculas gargantas que hacían deleitar a las almas más nobles o serenar inquietudes calladas.

A veces, en el crepitar seco del verano sureño, el dominio del aire pertenecía al chirrido de grillos, saltamontes, cigarras, etc, mezclado con la monocorde llamada del triguero o la abubilla, mientras con un silbido fugaz pasaban la golondrinas. Cuando para saciar la sed te acercabas a un manantial o fuente que la sabiduría milenaria de la gente de campo descubría y sabía mantener, el espejo del agua se rompía con los saltos de las ranas o la repentina inmersión de algún tritón. Luego llegaba el otoño, que generoso abre su vientre para entregar el sueño esperado del agua, nuestra segunda primavera, regalo esperado para los que tenemos la suerte de vivir en estas latitudes. Un regalo quizás como pago por el voraz estiaje, implacable justiciero, hermanastro de gélido aliento que sufren en lejanos nortes. Y vuelta a empezar...

Pero desde hace algún tiempo, algo esta pasando. Cualquiera que recorra su antaño "área de campeo" como acabo de describir, sabe que ahora está más solo. Una soledad que muestra el vaciado de biodiversidad que se está produciendo silenciosamente, que estamos produciendo. Para algunos, desconectados vía auriculares, "pantalladictos" que sólo usan el medio natural como soporte físico de sus actividades de ocio, todo ello pasa desapercibido. Para otros, los que cada semana nos sumergimos en la naturaleza, a los que nos faltan ojos y tiempo para seguir desentrañando sus misterios empapándonos del entorno, es una evidencia. Y no hay que ir muy lejos para ser testigo.

Volviendo a lo comentado en las primeras líneas, recuerdo las hileras de golondrinas o aviones, posados en los cables de teléfono o de electricidad que surcaban las calles, sus apegotonados nidos bajo las cornisas de casas y otros edificios de nuestros pueblos. Esta sencilla imagen es cada día más escasa, salvo contadas excepciones. Las golondrinas se nos van yendo, y no precisamente a sus cuarteles de invernada, simplemente están desapareciendo ante nuestros ojos. En ocasiones, simplemente nos molestan sus nidos, así que los eliminamos de las fachadas, en aras de una estéril "estética". Los datos indican un descenso entre 1990 y 2011 del 35% en toda Europa, ahí es nada.

Lo mismo está sucediendo con otras entrañables aves, como esos simpáticos vigías campestres que son los mochuelos, un 40% menos según estimaciones.



Incluso los sempiternos gorriones, tan ligados a la presencia humana desde tiempo inabarcable, compañeros de viaje durante muchas generaciones tanto en el medio rural como en las áreas periurbanas de las ciudades. Hay ciudades europeas donde ya no se les ve, quizá vayamos camino de ello aquí también.



Otro tanto puede observarse con otros grupos faunisticos como reptiles o anfibios. Recuerdo que hasta no hace demasiado tiempo, cualquier solar o muro era territorio compartido por una multitud de lagartijas. Sus fugaces correrías eran fuente de divertimento para la incansable curiosidad infantil, antes claro está, de que esta inquietud fuera sustituida y redirigida intencionadamente hacia artefactos tecnológicos más "útiles" y prácticos para su futuro "adiestramiento". Ahora resulta hasta difícil verlas, incluso en los campos más apartados del contacto humano directo. Si nos acercamos a aljibes, fuentes o albercas, que con sus vitales funciones son base de huertos y afines,  pocas ya cuentan con la simpática presencia de  esos minúsculos dragones acuáticos que son los tritones. He comprobado como durante años han ido declinando sus poblaciones en territorios donde eran abundantes, incluso hasta llegar a su total desaparición. Tampoco ha de "temer" casi nadie, el cruce casual de una culebra cuando se transita por los caminos.

Detrás de todo como siempre, esta el cambio climático, la destrucción o alteración de sus hábitats o la transformación del medio rural hacia modelos cada vez más productivistas e intensivos, donde sencillamente no hay sitio para ellos ni para el mundo rural que les cobijó. Simplemente, ya no les dejamos vivir a nuestro lado. Esto nos debería llevar a reflexionar que su pérdida no solo refleja también la de un valioso patrimonio natural y por añadidura cultural, además nos muestra como un espejo, la falta de compasión que los seres humanos estamos demostrando incluso con aquellos otros seres, cuya humilde presencia nos han beneficiado de una forma u otra a lo largo de la historia.