martes, 20 de enero de 2015

Naturaleza racional

Desde hace algún tiempo, el medio natural se está convirtiendo en el soporte físico de una gran variedad de actividades al aíre libre qué, si son respetuosas con él no tengo nada que objetar. El problema viene como ya está ocurriendo con cada vez mayor frecuencia, en el reclamo que supone para estas actividades el que se desarrollen en parajes de gran belleza. Lógicamente pocos son los que pueden resistirse a ese disfrute, sea como participantes o como meros espectadores, la naturaleza gusta a la gran mayoría de la gente. Pero, ¿que ocurre cuando sumamos el impacto de la actividad per se, a la masificación que a ésta suele acompañar, ubicada en un espacio frágil?. La respuesta no es difícil de imaginar desde luego en la mayoría de los casos.

La popularidad de estas actividades no puede imponerse a la conservación, por varias motivos sería una sin razón que esto sucediera. La principal es que si ello supone, como así sucede, un perjuicio para las especies o el hábitat en sí, el fin básico para el que se crearon estos espacios protegidos estaría mas que en entredicho. Y esto es lo que está empezando a suceder. Preservar estos espacios debe ser prioritario tanto por el coste que supone para el erario público su mantenimiento, como por el enorme beneficio que aporta a la sociedad en su conjunto, ya que son proveedores de bienes y servicios vitales para nuestra calidad de vida como el agua o el aíre limpio, entre otros muchos, por no decir el del necesario sosiego mental que todos necesitamos.

Ademas, permitir que esto siga sucediendo tiene el riesgo del efecto llamada que lleva aparejado, algo que está ya sucediendo. Hay multitud de ejemplos de todo ello por toda la geografía peninsular, pero me voy a referir a un par de ejemplos suficientemente ilustrativos. Desde hace varios años, en pleno Parque Natural de Somiedo (Asturias), enclave del amenazado oso pardo entre otras especies sensibles, se celebra una carrera de montaña que congrega a miles de asistentes. Es indudable que el impacto que supone para el entorno y las especies que en él habitan es más que alto, no hay si no imaginar a esas miles de personas accediendo por pistas y caminos en vehículos, con su cohorte de ruido y residuos, que aún presuponiendo el mayor esfuerzo que la organización y cada asistente hiciera en su reducción, por fuerza es contundente. A esto se añade la vulnerabilidad a la erosión de estos enclaves y la época, previa y vital para afrontar la hibernación del oso,




Es un ejemplo entre muchos, en algunos casos además, con nocturnidad...


, y probablemente no uno de los de mayor impacto, sobre todo si lo comparamos con el que se va a producir si no se consigue evitar, el último fin de semana de este mes en el santuario del lince ibérico, en pleno corazón del Parque Natural Sierra de Andújar. ¿Alguien puede imaginar el estruendo de cientos, tal vez miles de motocicletas, como esperan sus organizadores, en un lugar tan sensible para una especie al borde de la extinción? ¿alguien puede entender que esto suceda y afecte a una especie a la que la Unión Europea destina millones de euros para su conservación a través de sendos programas Life? ¿sería concebible en un país calificable en el amplio sentido, como desarrollado?. Me costaría creer que tamaño despropósito, pudiera entenderse y menos tolerarse en otra sociedad más evolucionada socialmente. Pero mucho me temo que se celebrará el evento, a menos que la cordura impere frente a la estulticia.


La carretera de acceso al Santuario tiene una limitación de velocidad a 40 km/h para evitar atropellos de linces, algo que pocos vehículos respetan como se aprecia cuando se transita por ella, Sería más que ingenuo pensar que los conductores de estas motocicletas vayan a hacerlo, de eso no me cabe la menor duda. Menos mal que el ensordecedor estrépito de tantos motores al unísono aterrorizará tanto a la fauna que difícilmente esto podría ocurrir, aunque no es imposible, pues en fechas de la romería ya se han producido atropellos de lince.

A pesar de todo, quizás lo que peor pueda suponer, es el mal ejemplo que representa para una sociedad hacia la que se hacen continuos esfuerzos para sensibilizarla en materia de medio ambiente, por parte de ONG y Administración, a través de programas y subvenciones. Las Administraciones deben dejar de emitir ese mensaje contradictorio, alejarse de la cobardía política que le impone tomar medidas que a priori puedan resultar impopulares, pero que van encaminadas al bien común y al buen vivir de la mayoría social. De lo contrario, como así está sucediendo con actuaciones permisivas de este tipo, son cómplices de los resultados producidos. La democracia traducida en una buena gobernanza, no puede ser entendida a través del miedo que representa la perdida de un puñado de votos.

Hay que reflexionar seria y profundamente sobre cual es el mensaje que se le está trasladando a la ciudadanía. Si queremos convertir estos escasos y valiosos enclaves en un parque temático, degradándolos con continuas actividades que impacten el medio natural, donde los "derechos" de unos poco se impongan a los de una mayoría (y ya hablaremos de la caza en otra entrada), adelante. Pero si lo que queremos es una sociedad más ética y educada en valores como el respeto por el entorno natural y los seres vivos que de ello dependen para sobrevivir, informada de la importancia que para nuestro bienestar supone el mantenimiento de los servicios ambientales que nos ofrece su correcta conservación, si continuamos así, si seguimos permitiendo estas actividades en lugares sensibles, elegiremos el camino equivocado.

Quede bien claro que no me estoy oponiendo a la práctica de estas actividades, simplemente existen multitud de espacios con menor valor ambiental, donde podrían celebrarse igualmente sin causar ese impacto. Si los comparamos con la totalidad del territorio que nuestra sociedad ha transformado o destruido, donde pocas especies salvajes pueden subsistir, hemos relegado la naturaleza salvaje a unos cuantos pequeños enclaves. Seamos racionales, deberíamos permitir que esos reductos naturales como mínimo sigan siendo esas "islas" donde refugiarnos al igual que sus moradores salvajes, de la voracidad ruidosa de nuestro modelo urbano, de esa vorágine diaria de la que necesitamos escapar en busca del sosiego que nos permita encontrar respuestas. Seamos racionales, en el fondo todos lo necesitamos, a todos nos gustaría que así fuera.